Por Heriberto López
Publicado en la revista PANORÁMICA, Latinoamericana. Edition Belge, N° 37, Culture, p. 30,
Juin – Juillet 2007
Como el espacio puede codificarse en un cuadro sin que pierda libertad su expresión.
Se trata de una pintura altamente estética, una producción de detalles y efectos de sombra con capas de partículas de luz. Matices de sombras que se han diluido para darle a los efectos una sensación de espacios que se concentran en grumos y filamentos, todo ello trabajando sobre límites impuestos al soporte en rectángulos que se avecinan, separándose mas al mismo tiempo enviándose signos de pertenencia y continuidad.
El conjunto de un cuadro nos sugiere una fragmentación pensada como medida intima de la totalidad, el fragmento del rectángulo cobra unidad y es al mismo tiempo compartimiento. Los compartimientos son límites sugeridos por un movimiento que elimina la materia, dejando que el contexto promueva un vacío, a la vez subdividido en retículas y cuadrículas y ello parece sustentar una vez más la imposibilidad, en la pintura moderna, de dividir el mundo entre figurativo y abstracto.
Los contornos de luminosidad, permiten al ojo intuir el lugar que ocupa lo que falta. Un diálogo permanente entre presencia/ausencia da a las tonalidades cromáticas una gran fuerza que configura valores ópticos y variaciones cromáticas al estado puro. Villarroel impone al cuadro una serie de luces que soportan las tonalidades, igual a una noche estrellada capaz de hacer el pleno vacío y la llenura expresiva que ofrece a la visión un sentido de la saturación y economía de la visión. Lo real es una ficción de la luz, creadora de lo arbitrario que deviene, en el conjunto, norma. La vieja fórmula, forma contenido, debe entenderse aquí como exposición ocultamiento. Lo oculto no es necesariamente lo ausente, sino el peso de donde se produce la contradicción, la fuerza de la presencia.
La luz que cambia en el mundo real a cada segundo, se fija en esta pintura como una gramática que permite contener lo fugaz. En la memoria quedan residuos de luz, ocupados luego por objetos separados en sus contornos. Los límites son necesariamente espectros de luminosidad y en el conjunto esas oposiciones dan cohesión a la obra considerada.
Si pudiésemos intentar una apreciación crítica, propondríamos considerar la manera como Villarroel parte, no es una creación de materia y expresión, sino de una eliminación que favorece una transformación de volúmenes visuales en signos. Vistos bajo el análisis de combinatorias, podemos apreciar unidades fragmentarias que operan en diversos niveles de ordenación del vacío. La ruptura es el principio ordenador, lo que le da una característica de pintura pensada. No es sólo la mano que define los trazos sino un decidido interés en el qué de esas cosas que permite el arte. El artista no hace la obra, él hace parte de una visión que ordena el mundo y tal un demiurgo, se limita a contemplar el gesto que adquiere lo natural en el azar.
La acción del hombre promueve en la naturaleza el azar que es cultura. Desde el dolmen y Lascaux, el arte es una afirmación espiritual, continente de un ser que contiene el deseo. Lo espiritual es un lenguaje capaz de decidir por la vida el principio que sustenta el haber vivido. En esta pintura estamos ante una proposición para salir de lo ordinario y limitado y, entras así en contacto con el poder del vacío y el sentido de lo inusitado. Pintura reflexiva, para verla en sus connotaciones fundamentales, hay que despojándose de todo interés, de lo contrario se pierde su aspecto novedoso.
La última incursión de Villarroel es del orden de lo orgánico, siendo una pintura profundamente técnica, da la impresión de haberse liberado de toda aprehensión formal y en vez de sustentarse sobre la tela y los contextos, parece más bien que el viento formara espejismos con la luz, dando al ojo ese aspecto de pensar con la mirada.
Comments